Número #4
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El sevillano se debate y está zarandeado por su yo y su ciudad; su pensamiento, su fe y su sentido de la libertad están condicionados y, en gran medida, determinados por cómo se vive en sus calles. Hay personas que flotan y se acomodan en ambientes sórdidos y otras que se enfrentan a él. Jesús, al que llamamos de la Pasión, El Nazareno, el del Gran Poder, El Cachorro, el de la ventana o el del Amor no es simplemente un hombre, es un judío de Galilea con todo el peso y la densidad que dictan la carne y la sangre. Conoció el sufrimiento, el fracaso y la traición. Y Él sigue moviendo la fe en esta fiesta.
Hasta no hace mucho tiempo, y crecientemente en algunos ambientes hoy día, hay teólogos y estudiosos católicos que no consideraban digna de atención la religiosidad popular. La religiosidad popular, especialmente la sevillana, es una forma de ponerse en contacto, de acercarse a lo sagrado, al misterio, a lo absoluto, a lo inesperado, a Dios a través de sus imágenes, de sus pasos, de sus calles convertidas en buena noticia como nuestro especial Evangelio.
Regresa Nazarenos poniendo los acentos sobre la fe de un pueblo que reza a su manera. Abordamos la unción sagrada desde la gubia de Darío Fernández y Lourdes Hernández, nos sentamos con un príncipe de la Iglesia muy sevillano, reunimos como en un chiste a un Judío, un Musulmán y un Cristiano, conocemos la conversión de un yanqui protestante en San Lorenzo, o Rocío González nos habla de que la fe de un costalero puede ser la de una mujer. Entre capillas sacramentales, grafitis de Banksy, una conversación con el traidor, un poema de Aquilino, la religiosidad de un torero y un crucificado cruzando las vías de un tren que ya no lleva a ningún lado regresamos en este invierno espeso de espera que se nos va poco a poco aguando.
Hay existencias